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13 de mayo de 2016

Costura en los años de la postguerra: Jaboncillos, hilvanes, hilos flojos y máquinas de coser

Durante la postguerra española vivir con cuatro duros era un milagro. En mi casa desde luego lo era. Mis padres se casaron, si no me equivoco, en 1948. Mi madre tenía 21 años y mi padre 32. Doce años más tarde ya tenían cuatro hijos. Mi padre trabajaba pluri-empleado, lo veíamos sólo los domingos por la mañana y los jueves por la tarde (días en los que libraba). Vivieron de alquiler veinte años hasta que los ahorros y algún dinero prestado de uno de mis tíos dieron para comprar una casa. Mi padre, hombre sabio y paciente, era de los que no quiso nunca endeudarse con un banco. Lo mismito que ahora.

Mis padres en su foto de boda.

En los primeros años mi madre colaboró económicamente llevando la portería de un bloque en la calle de Augusto Figueroa en Madrid. Además de sacar unas pesetas con la portería, nos crió casi sola. Tenía pocas nociones de costura y, para ahorrar, en 1954 se inscribió en un curso de Corte y Confección por correspondencia, siguiendo el sistema EVA  (nombre sugerente). Le enviaban las lecciones, hacía los deberes después de meter a mis hermanos en la cama, una vez terminados los enviaba por correo postal y esperaba a que se los devolvieran corregidos. Se sacó su título y nos vistió a todos, nos hizo desde la ropa interior hasta los abrigos.

Impreso para pedir información sobre el curso

La lectura ahora de aquel curso, pasados casi 60 años, chirría bastante. El papel de la mujer de aquella época es prehistórico si lo comparamos con el actual. Sin embargo, si obviamos su lectura, descubrimos que su pedagogía es aún válida. Las instrucciones y los patrones son claros, precisos y, cambiando un poco el estilo, también son reutilizables. Y, en cuestión de moda, los modelos son muy representativos de aquella época.

Fui la última de la familia y comencé a ir al colegio muy tarde debido a mi salud. Además de enseñarme a leer, mi madre me enseñó a coser. A los 8 años bordé un mantel a cordoncillo para mi madre. Poco después hice un Bambi en fieltro más grande que yo para mi padre. Y, a decir verdad, me sigue fascinando la aguja. Cuando aprendí a coser, y de eso hace casi medio siglo, dentro de la confección había ciertas técnicas que necesitaban de una cierta destreza y resultaban bastantes tediosas. Una de ellas era la de puntada de hilos flojos o la puntada del sastre.

Puntada de hilos flojos

Los hilos flojos sirven para pasar a la tela ciertas marcas de un patrón que queremos que queden iguales en dos piezas de tela y por todas las caras del tejido como pueden ser la línea de costura, las pinzas y las marcas de la sisa.

Para pasar el patrón a la tela, se dibuja con un marcador en la tela los bordes y todas las marcas y luego se pasan los hilos flojos. Luego se separan las piezas y se cortan los hilos. Ya separadas las piezas se encaran (derecho con derecho) se unen con otra puntada para sujetarlas temporalmente, el hilván. Luego se cosen a máquina y se empieza a retirar los hilillos flojos y el hilván de la prenda.

Puntada de hilván

Jaboncillos, lápices y bolígrafo soluble
Antiguamente utilizábamos un jaboncillo para marcar, una especie de tiza plana rectangular que con el uso había que afilar, pues de lo contrario su trazo era grueso y el patrón podía aumentar o disminuir unos cuantos centímetros. También tenía otros inconvenientes, se rompía con suma facilidad y el trazo desaparecía enseguida simplemente con el roce. Más tarde, aparecieron los lápices con mina de tiza que no se rompían tanto pero que seguían teniendo el resto de los inconvenientes. Posteriormente, comenzaron a aparecer los marcadores solubles al agua, bolígrafos o rotuladores que llevan una tinta especial que se diluye al contacto con el agua. Éstos tienen dos grandes inconvenientes, su precio y su corta vida, duran poco pues se secan rápido.
Un día descubrí que los bolígrafos de gel Pilot FRIXION borrables al frotar la tinta con el pequeño borde que llevan en uno de sus extremos, también son borrables al contacto con el calor. No son muy caros, están disponibles en un montón de colores, duran bastante y lo mejor es que hay recambios. Yo los uso para las aplicaciones de patchwork, bordados y líneas de costura en general. Un simple planchado y Voilá! ya no hay marca.




Cuando aprendí Patchwork aprendí a dejar el mismo margen de costura alrededor de los bloques, con lo que dejé de pasar hilos. También aprendí a sujetar las piezas con alfileres y coserlas directamente a máquina, con lo que también dejé de hacer hilvanes y desde hace unos años uso el marcador FRIXION para dibujar bordados, líneas de acolchado y aplicaciones sin que desaparezcan al poco tiempo.

A todo eso hay que añadir el cambio que ha habido en estos años en las máquinas de coser. La nuestra, un ALFA con mueble, está aún operativa. Se trataban de máquinas manuales. Tenían una rueda metálica en la misma máquina que conectaba a una rueda en el mueble Al girar la rueda metálica se accionaba la máquina y con el pie en el pedal se mantenía el ritmo hasta que lo levantabas. Ahora las máquinas tiene un motor eléctrico con lo que el tiempo de costura se ha reducido un montón.



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